
San Juan Nepomuceno no durmió anoche. Apenas el árbitro pitó el final en el Defensores del Chaco y se confirmó la clasificación de Paraguay al Mundial 2026, el pueblo entero se convirtió en una fiesta. Las motos y autos salieron en caravana, bocinas interminables recorrieron las calles principales y la entrada de la ciudad fue un punto de encuentro donde flameaban banderas y se escuchaban cánticos que hacía 16 años no se gritaban con tanta fuerza.
Jóvenes que nunca vieron a la Albirroja en un Mundial
Para los más chicos, esos que hoy tienen 15, 18 o incluso 20 años, fue la primera vez que vivieron esta emoción. Ellos crecieron escuchando de sus padres o abuelos historias del gol de Haedo de Argentina tras la jugada mágica de Cabañas, de Sudáfrica 2010 y el Waka Waka, de aquel penal de Cardozo contra España, de la garra guaraní que llevó al país a un histórico cuarto de final. Pero nunca habían sentido en carne propia lo que significa ver a Paraguay entre los mejores del mundo. Anoche, con lágrimas y gargantas desgarradas de tanto gritar, lo vivieron por fin.
Los nostálgicos vuelven a sonreír
Para quienes ya peinan canas, la emoción fue distinta, más profunda. Volvieron a la memoria los goles de Roque Santa Cruz, de Cuevitas y el Pepe Cardozo… y ese orgullo de saber que Paraguay siempre se hacía respetar en un Mundial. Muchos confesaron tener un nudo en la garganta: era como reencontrarse con un viejo amor que parecía perdido para siempre.
La fiesta en San Juan Nepomuceno y en toda Caazapá
No importó que el presidente haya decretado feriado para algunos y que otros tuvieran que madrugar igual. La celebración no entendió de horarios ni de obligaciones: en cada comunidad, hubo aplausos, bocinas y abrazos interminables. La ciudad se vistió de rojo, blanco y azul, y en los barrios, los vecinos salieron a las calles a bailar, cantar y celebrar juntos, dejando que la emoción de la clasificación se sintiera en cada esquina.
Los ídolos de la nueva ilusión
Julio Enciso, Miguel Almirón, Ramón Sosa… nombres que hoy se pronuncian con orgullo y que representan el futuro de la Albirroja. Son la esperanza renovada, la muestra de que una nueva generación de futbolistas está lista para escribir su propia historia. Y, por encima de todos, Gustavo Alfaro, el hombre que devolvió la fe al hincha, que se ganó el mote de “San Alfaro” en redes sociales y en las calles, porque logró lo que parecía imposible: despertar otra vez al gigante dormido.
Lágrimas, abrazos y una certeza
Muchos lloraron. Otros se quedaron en silencio, como si quisieran grabar ese instante para siempre en la memoria. Hubo quienes abrazaron a desconocidos en la caravana, porque anoche todos fueron parte de una misma familia: la familia albirroja. Y en medio de tanta emoción, se instaló una certeza: Paraguay está de vuelta, y lo que viene será soñar en grande.
Este no es solo un análisis deportivo o una opinión mía. Es la crónica de un pueblo que volvió a creer, que se abrazó en las calles de San Juan Nepomuceno, en todo Caazapá, y el país entero, y que ahora ya no piensa en el pasado sino en el futuro: la Albirroja en la Copa del Mundo 2026.