
El crimen del teniente coronel Guillermo Moral Centurión no es solo un hecho policial. Es un golpe a la ética, a la justicia y a la esperanza misma. Denunciar irregularidades, actuar con rectitud, ser un faro de integridad: en un mundo dominado por mafias y corrupción, esas cualidades se pagan con lo más valioso que tenemos: la vida.
Moral rechazó un intento de soborno para introducir un teléfono celular en el penal militar de Viñas Cué para un interno vinculado a narcotráfico y lavado de dinero. Hizo lo correcto y, por mantenerse honesto, fue asesinado de manera directa y brutal. Esto no sucede por casualidad: es el reflejo de una corrupción profunda que carcome instituciones y sociedades, donde los mafiosos y los poderosos actúan con total impunidad, y quienes defienden la ley o la verdad quedan completamente expuestos.
No es solo Paraguay. El mundo entero conoce historias similares: policías, fiscales, jueces, periodistas y ciudadanos que han pagado con su vida por no plegarse a intereses oscuros, por mantener los valores cuando todos parecen olvidarlos. La narcopolítica, la corrupción estructural y la violencia organizada son realidades que se cruzan con nuestra cotidianidad, y cada vez más, ser honesto se vuelve un acto de riesgo.
Pero hay una enseñanza que no podemos ignorar: la honestidad sigue siendo un acto de valentía y resistencia. Aunque la sociedad a veces parezca rendida ante la impunidad, cada gesto de integridad deja una huella imborrable. Moral nos recuerda que la grandeza del ser humano no está en la comodidad, sino en la firmeza de sus principios, incluso cuando ello implica peligro.
A los lectores, les digo: no se dejen seducir por la indiferencia ni por el miedo. No normalicen la corrupción. No acepten que la impunidad gobierne nuestras vidas. Cada acción justa, cada denuncia, cada acto de ética personal es un grano de arena que construye un futuro distinto. Ser honesto hoy puede ser difícil, pero renunciar a nuestros valores es aceptar que los mafiosos y los corruptos ganen terreno.
El legado de Moral no es solo su nombre o su carrera. Es la lección de que la integridad tiene valor, y su defensa es una responsabilidad colectiva. Que la vida de un hombre justo nos conmueva, nos inspire y nos recuerde que los valores no son un lujo, sino la base de cualquier sociedad que aspire a ser digna.
Hoy más que nunca debemos decidir: ¿queremos un mundo donde la honestidad se pague con sangre, o uno donde la integridad sea respetada y protegida? La respuesta está en cada uno de nosotros, en nuestra decisión diaria de mantenernos firmes en lo correcto, aunque el precio sea alto. Moral perdió la vida a manos de la impunidad, pero su ejemplo permanece: su integridad sigue hablando por él, recordándonos que la honestidad tiene un valor que ni la muerte puede borrar.